Queremos ser diferentes, y nos mostramos como iguales, nuestro físico pasa una y otra vez por el quirófano, para lograr dicho objetivo, y dejamos atrás nuestra alma, nuestro entender definitivo que interiormente somos iguales. Y exteriormente la diferencia nos define y nos hace hermosos…

Ser diferentes, ser iguales

El otro día vi en una revista, un pequeño artículo que hablaba a modo de “chismorreo”, de las operaciones estéticas de algunos famosos.

Aquello despertó algo en mi, algo que me dejó pensando sobre las necesidades emocionales de ser igual al otro, o al menos parecerse, o sea, en este momento existe una horma o algo parecido con respecto a los cánones de belleza, que están más allá de las medida antropomórficas que determinan lo que podemos llamar bello.

Hay una nariz de moda, una boca, unos pómulos, unas cejas, unas pestañas, unos ojos…y así podemos seguir recorriendo la anatomía humana, revisando todo lo que en una mesa de quirófano se copia. Y vamos al cirujano cuya fama es la de excelente escultor, vamos a aquel, que colocado en la posición de artista, copia, copia  y copia, es un semidiós que cambia la estructura de nacimiento y aquella que los genes determinaron que fuera, pero cabe decir que vamos a él, porque nos gusta las narices, los labios o lo que fuera que cambia, y queremos que también lo copie en nosotros.

Pero debajo de todo esto, debajo de la piel, somos un ser que ama diferente…o al menos eso sentimos, porque defendemos nuestro parecer a capa y espada, sin darnos cuenta de lo iguales que somos.

Señalamos en el otro, lo que no vemos en nosotros mismos, porque consideramos que no tenemos tal cualidad. Pero que sorpresivamente, la tenemos, y si no la vemos, decimos que jamas la permitiremos. Ambas decisiones, nos cierran el corazón, y nos creemos con el derecho de poder señalar, sin sentirnos salpicados de dicha “impureza”.

Esto me llevó a la reflexión, de lo que pensamos-sentimos que somos.

Si nos detenemos a pensar qué somos, todos y digo, todos, pensamos que somos buenos, justos, poseedores de la verdad, del conocimiento inequívoco de lo que se debe de hacer y de lo que no, y todo lo que se salga de estos principios, los condenaremos con una crítica destructiva.

¡Y cuán iguales somos!, tenemos las mismas sombras que señalamos, tenemos los mismos miedos, y las mismas defensas, cometemos los mismos errores de la mano del desamor, hacia nosotros y hacia los demás.

La pregunta es, ¿existe un cirujano que nos abra el corazón, que nos abra el alma?

Aceptar que somos iguales, que todos tenemos un pasado, que todos tenemos derecho a ser como somos, que todos estamos a la misma altura, que ninguno de nosotros está por encima de nadie y que no tenemos ningún derecho a criticar o a juzgar lo que nos parece incorrecto, lo que no está dentro de nuestros cánones de modo de ser y vivir.

Abrir el corazón, es aceptar, es incluir, y no separar.

La belleza auténtica está en aceptar nuestras diferencias, aquello que justamente nos da la hermosura de lo diferente, y aceptar nuestra igualdad interna, nuestras sombras, nuestros miedos, y entonces no necesitaremos ningún cirujano, ya que en la aceptación de la igualdad interna quedará incluida la belleza de la desigualdad externa. 

¡Qué tengas un hermoso día!