Cada día acompaño en mi consulta a personas que necesitan ver los distintos caminos que existen dentro de ellos, y que por distintos motivos no lo pueden ver.

En cada ocasión me dirijo a mi consulta en paz y  preguntándome en qué me sorprenderá la vida en el acompañamiento próximo. Pues con el paso del tiempo, aprendí que gracias a las herramientas de las que fui dotada debido a mi formación, en todas las ocasiones, el camino lo realizamos los dos, aunque la luz y los senderos a tomar, los elija el otro y no yo,  y sin duda esto, siempre deja un buen sabor de boca.

El hecho es que, hace unos días, alguien me preguntó qué era lo que más aprendía al pasar consulta, y yo le respondí, que,  no era tanto un aprendizaje, sino más bien, un ejercicio, ya que, en cada caso lo que realmente se producía era una apertura inmensa y amorosa del corazón; es tal la entrega, así como la empatía, por lo que le pasa al otro, que mi corazón se abre como una inmensa flor ante el sol; pero no sé qué es lo que sucede primero, si mi empatía que sucede sin más o mi voluntad de apertura de corazón, aunque dicho así, con “voluntad”, parece que fuese algo obligado, pero no, es algo que sucede natural, hermosamente natural…

Y como afirmaba Rousseau, el ser humano es naturalmente bueno y como tal, dicha cualidad nos empuja a ayudar al prójimo.

Todos tenemos esta capacidad de ayuda, y todos estamos en el momento preciso y en el sitio correcto para que los hechos que nos enternecen o mejor dicho, que despiertan nuestra compasión, nos hagan actuar en ayuda de nuestro igual, y esto nos hace grandes, nos hace sentir plenos, dejando atrás el orgullo egocéntrico de ser los salvadores de no sé quién, porque entonces no será provechoso el acto, porque lo que pasa, pasa para aprender y en la humildad y la vulnerabilidad está el encuentro de los corazones y principalmente de nuestro ser.

En la ayuda aprendemos los dos, o mejor dicho todas las personas que en ese momento vivan la experiencia.

Existe otra situación que es más incómoda, que por supuesto no sucede en un marco terapéutico, sino en la cotidianidad de la vida, y es cuando la persona que está frente nuestro, muestra enfado y cerrazón, en ese momento también puede despertar en nosotros el mismo sentimiento, y por lo tanto cerrarnos y enfadarnos, empezando una lucha de poder, tratando de hacer prevalecer nuestra verdad y razón, sin dejar espacio a la conciencia que despierta nuestra apertura de corazón, y así dejar espacio al otro, a lo diferente, porque si pretendo que mi verdad sea considerada, ¿porqué no puedo darle cabida y espacio a la verdad de otro?, una buena opción es poder ver, como un espectador sentado en su butaca en primera fila del teatro, que lo que se despierta pertenece a algo histórico vivido en algún momento de nuestras vidas, que no tiene nada que ver con el hecho que en ese momento está ocurriendo, sino más bien al pasado de dolor que como una camisa o más bien como una doble piel, nos acompaña.

Si podemos ver que ese enfado pertenece al pasado, la persona que tenemos enfrente, pasa a ser parte de nuestra enseñanza, y no el enemigo.

Fluir, soltar, abrir el corazón es el camino…